Doce. Blue moon. Oh! Blue moon
“Blue moon, you saw me standing alone
Without a dream in my heart
Without a love of my own…”
Desde entonces pasaron cuatro meses en los que Sara y yo no dejamos de vernos al menos tres veces a la semana, daba igual dónde estuviéramos o el tiempo del que dispusiéramos, hacíamos el amor en cualquier parte. Yo lo llamaba amor, ella tan solo merodeaba a mí alrededor intentando devorarme allí donde cayeran sus labios, sucumbía mi espíritu sin plantear resistencia porque percibiendo su aliento cerca lo único que podía ofrecer era un cuerpo excitado y cachondo ávido de sosiego.
El calor del verano ya había caído sobre nosotras, nos había visto sudar en bragas en habitaciones de hotel cerca de la playa, en casas alquiladas en la sierra, en el coche de Sara, en el aseo de algún restaurante, entre los chorros de un spa, y en algún que otro lugar donde, sin habernos quitado la ropa, habíamos seguido sudando como en cines, parques, teatros, museos o clubs. Kali era una máquina especialmente programada para sacarme todo el jugo en el terreno sexual.
Cuando el otoño trajo su habitual indisciplina meteorológica y nuestras conciencias encontraron comodidad en lo íntimo cambiamos el ajetreo de costa y montaña por ratos y noches imborrables en mi casa, a veces éramos incapaces de terminar de comer o de acabar una conversación sin haber saltado antes a la cama. Simplemente me enamoraba su forma de seducirme; aún a sabiendas de que siempre prefería sexo antes que otra cosa me lo pedía como si fuera la primera vez que lo hacíamos, como si todo aquello que había planeado de antemano ocurriera de forma casual, era un juego y nos divertíamos. Disfruté todo lo que pude como si fuera consciente en cada instante de que esto no duraría. La última vez que la vi, hace un par de días con su par de noches, llegó empapada por la lluvia de noviembre, sin esperarla tan pronto casi no supero el sobresalto cuando el quicio de mi puerta botó al estruendo de sus golpes, cuando abrí sonreía ampliamente y sus mechones amontonados le goteaban por la cara.
—¿Tienes una toalla? —me pedía mientas se abalanzaba para abrazarme.
—Puede que sí. Pasa.
Mientras se secaba se iba desprendiendo de la ropa aquí y allá. Nada podía ser más hermoso. Cuando me pidió algo para taparse no pude evitar dejarle una de esas camisas blancas de botones con las que salen esas mujeres en el cine, las cuales casualmente no tienen otra cosa mejor que ponerse y que curiosamente les queda demasiado sexy como para que el galán deje pasar la oportunidad. Sara la cogió, la miró, me miró, sonrió, bajó la vista, terminó de quitarse todo delante de mí y se la colocó impecablemente abrochada.
—¿Qué me das de beber? —seguía— Hace demasiado frío ahí fuera.
Di potencia a la calefacción. Mi lista de reproducción continuaba sonando, también le di más potencia a los clásicos del swing. Volví con dos tazas de café ardiendo.
—Creo que esto te irá bien.
—¿Sí? Vamos a ver —mientras me distraía con palabras me atrajo hacía ella, me quitó su taza y bebió.
Estaba semidesnuda, descalza, desgreñada y echa una calamidad. Yo salivaba. Los maestros de las baladas del swing son socorridos para casi cualquier situación, crean una atmósfera inmejorable para acariciarse, mirarse, besarse, tumbarse o bailar. Sara optó por bailar. Teníamos café caliente columpiándose al son de la música y sus extremidades me indicaban la inclinación a derecha e izquierda que debíamos coordinar, la besé profundamente, la inercia nos conducía de boca a pies, nos desplazaba caras y cabezas sin desengancharnos, me empujaba hacia la cama, yo no deseaba más que cogerla de la mano y ponerla sobre mi regazo a horcajadas agarrándola con firmeza. Ella Fitzgerald hacia su aparición con la versión de Blue Moon, la bondad de la música simulaba una coreografía de nuestro cadencioso contoneo que fluía sin dificultad, tiraba de su culo aferrando las nalgas, esta vez bajo mis pautas Sara subía y bajaba de forma sublime y sensual, subía y bajaba alternando el roce con sus dos insuperables y fronterizos continentes apuntando hacia mí. Nuevamente atrapada en medio de sus piernas, incrustada en el hueco perfecto entre los trombones, violines y contrabajos de la orquesta que acompañaban a Ella Fitzgerald tanto como a mí, el punto a la melodía lo ponía la respiración de Sara, conocía bien su suspiro contenido indicando que no, que así no podía aguantar mucho más, me fue incitando hacia atrás hasta tenderme, olía a café por toda la casa y la luz eléctrica de la sala en modo apacible y cómplice clarificaba gratamente como los compases polifónicos habían trasladado a Kali sobre sus rodillas hasta mi cara que, presa de la oportunidad, sostuvo el martilleo esponjoso, pausado pero incesante provocado por las frases que salían de la garganta de la cantante golpeándolas contra mi lengua, ante el “Now I’m no longer alone” yo replicaba acentuando cada sílaba en su clítoris, en sus brechas, cada una de las notas del “Without a dream in my heart” fueron lamidas y mamadas hasta el extenuado “Without a love of my own”. La turbadora camisa se mecía con la delicadeza de una pluma flotando en un ambiente embriagador. Hollywood no lo hubiera hecho mejor.
Las gotas golpeaban el cristal, echaba tanto de menos a Sara que decidí buscarla, dos días, dos eternidades. Entre mis chats había un mensaje de Carla quien después de haber estado hablando con Lola pretendía que me pusiera en contacto con ella, para eso no tenía ánimo ahora mismo, abducida por Kali no quería oír ni una palabra de otra.
—Hola. Cariño, ¿dónde estás que no sé nada de ti? Te echo de menos —le espeté en cuanto la noté al otro lado.
—Hola. Lo sé, perdóname. El tema es que no puedo hablar mucho en este momento, más adelante te explico ¿vale? —contestó agriamente.
—¿Más adelante? —necesitaba una respuesta ahora pero no quería atosigarla, así que suavizando mi tono todo lo que los nervios me dejaban, le insistí— ¿Y cuándo será eso? Llevas dos días sin dar una sola señal.
—Sí, ya, pero es que no he podido. He tenido que salir de Madrid por un asunto y estaré fuera unas semanas.
—¡¿Unas semanas?! —interrumpí abruptamente— Pero… ¿Y no pensabas decirme nada?
—¡Por supuesto que sí! —me contestó haciéndose la indignada— pero no sabía muy bien por donde empezar. Tengo que colgar. Yo también te echo mucho de menos, para que lo sepas. Te llamaré, te llamaré sin falta. Un beso.
—¡Sara!
Kali me dejó con la boca abierta sin pronunciar nada más, el swing también cubre estas circunstancias, me encogí arropándome con algo y me quedé adormilada, en una ensoñación fugaz a duermevelas Sara salía de mi alcance por una plataforma hacía una laguna inmensa sin que pudiera impedirlo mientras me daba la espalda sin mirar hacia atrás, tal y como ocurrió en aquella primera cita cuando la observaba alejarse al caminar, la canción continuaba zumbando…“I heard somebody whisper: Please adore me, and when I looked, the moon had turned to gold!”.
¡El próximo miércoles un nuevo capítulo: 13/15!
Ilustraciones: Chus Rodríguez
Capítulo siguiente