Diez. Por debajo de las nubes
“Yo estaba mirando nada más que el cielo…
Envío mis pensamientos volando directos
por debajo de las nubes…”
Kireina Kanjou Arai Akino
Sara me había pedido unos minutos para terminar algo que tenía pendiente y así dejar despejado todo el fin de semana para nosotras. Se sentó en un sofá color burdeos ajustándose entre las piernas una mesita baja de dos patas donde apoyó su MacBook, aquel con el que yo la había conocido, y se evadió por completo sin ni siquiera mirarme.
—¿Por qué no te das una vuelta para conocer nuestro escondite y así ganamos tiempo? —me invitó como se convence a un niño pequeño para dejar hacer a los adultos.
Sara había alquilado un apartamento increíble. Era bastante pequeño, pero estaba excelentemente repartido en una cocina americana que aprovechaba una esquina y todos sus espacios, una habitación con una cama queen, una sala de estar con todo lo necesario y un aseo con ducha. Lo más sorprendente se encontraba subiendo unas escaleras de caracol bien retorcidas que despegaban del suelo de parqué, las cuales conducían a una especie de terraza amplia, pues ocupaba en longitud las mismas proporciones que la planta de abajo. Parecía no haberse descuidado ni un solo detalle aquí tampoco. Había una mesa de jardín con sus correspondientes sillas, una barra de bar con una estantería provista de algunas botellas de alcohol y una mini piscina constreñida en el mismo suelo resguardada del frío por una jaula de cristales. No sé cuánto debía costar aquello. “Conozco al dueño y me ha lo ha dejado a buen precio”, me dijo. ¿Qué tipo de amigos tenía Sara? Yo apenas sabía nada de su círculo. No es que ella me evitara exactamente en ese sentido, pero la pared que separaba nuestras intimidades aún era tan rígida que tampoco me atrevía a preguntarle demasiado para no resultar entrometida; así que yo no hacía preguntas, pero ella tampoco me contaba demasiado, por lo que cada pequeño detalle que llegaba a mis oídos llamaba mi curiosidad notablemente. De cualquier forma, estaba claro que este amigo de Sara debía tener bastante pasta si era el dueño de esa clase de apartamento. Por un momento, pensando en ello, me imaginé al tío que regentaba ese indiscutible picadero y sentí que Sara y yo estábamos un tanto fuera de lugar allí, y que quizás hubiera preferido un sitio más modesto. Lo que no deseaba bajo ningún concepto era estropear el fin de semana, de modo que me hice la tonta.
En ese momento, frente a la piscina, me llamaba Carla al tanto de las novedades.
—¿Dónde estás? ¡Hija, qué difícil te has puesto para coger el teléfono! —vociferándome sin medida.
—¡Shhh! Me vas a dejar sorda —le decía entre risotadas contenidas—. Es que me he escapado con Kali a una especie de guarida erótica —le explicaba mientras descendía las escaleras de caracol para llegar hasta la habitación.
—¿Qué? ¿Cuándo te has escapado?
—Shhh —volvía a repetirle— Nos hemos largado hoy —susurraba todo lo que podía aunque Sara seguía absorta en sus asuntos.
—¿Y qué has hecho con la otra? ¿Con la otra chica?
—¡Puf! Lola. Me he portado con ella cono una hija de puta, una zorra sin escrúpulos —seguía bajando el tono aunque había cerrado la puerta de la estancia.
—¿Qué le has dicho?
—La he dejado por mensaje, ni siquiera me apetecía llamarla. Le he dicho que tenía que salir de la ciudad y que a mi vuelta hablaríamos.
—Eres una hija de puta.
—¡Mierda! Ya lo sé, pero no me lo digas más, por favor. Bastante tengo con Lola. Yo nunca le prometí nada, se me fue de las manos y ahora llevo esa losa en mi conciencia que no me deja disfrutar de nada.
—Ya veo, ya veo que no te deja disfrutar la losa de tu conciencia —me soltaba Carla con ironía—. Bueno, de cualquier forma ahí tienes a tu diosa, así que por lo menos da la talla —burlándose de mí entre espasmos sonoros.
—¡Vaya amiga! Contigo me siento mucho más arropada, tranquila, no sé como explicarlo —respondía a su cachondeo con idénticas sandeces y reímos al unísono.
Mientras hablaba con ella noté el ruidito que me ponía sobre aviso de que Sara había dejado el sofá.
—Oye, luego te llamo. Un beso —colgué sin más.
Rebusqué entre mis cosas el biquini; no puedo decir si eran el calor, los nervios o las ansias de moverme pero sentía unas ganas enormes de darme un baño. Me ajusté una especie de pareo florido debajo del ombligo, me miré en el espejo, mejor o peor, esto es lo que Sara se encontraría, no había más. Así me dirigí a la planta de la terraza. Lo que vieron mis ojos, que no pudieron siquiera pestañear, no se podía comparar con la sensación que recorrió mi cuerpo. Se despertaron todos mis sentidos. Sara se había sumergido en la piscina, absolutamente desnuda, sin biquinis, ni pareos, ni camisetitas, ni gilipolleces. La altura del agua le cubría hasta la mitad de sus pechos. En ese momento cobró sentido para mí todo el significado de la palabra turgentes. Sobresalían del agua con frescura, tan apetecibles que mis fluidos inmediatamente comenzaron a empaparme. Se había recogido el pelo y había despejado su frente poniéndose el flequillo detrás de la oreja. En el borde de la piscina había dispuestas dos copas que llenó sin preguntar. Tomó ambas y, llevándose una a la boca, me ofreció la otra elevándola un tanto. Automáticamente tiré del cordón de mi bañador y la parte de arriba cayó. Estaba claro lo que Kali exigía, pero yo quería que me deseara, quería que necesitara poseerme. Simulando los ademanes de una bailarina de strip-tease, bajé la última parte de ropa que me cubría dibujando una “s” con las piernas mientras le sacaba la lengua a modo de burla. Entré en el agua y en su juego, porque me entregó la copa de la que había bebido mientras se quedaba la otra, y comenzó a esquivar mis intentos de agarrarla. Yo la buscaba y ella me evitaba, se desenganchaba, se me escurría. Yo sonreía como una ingenua eclipsada completamente por la divinidad flotante, y ella se reía sabiendo que me estaba poniendo candente, trastornada. Sin salir fuera se arrimó a una de las paredes del rectángulo acuático de espaldas a mí y dejó su copa; me estaba dando una tregua. No desaproveché la oportunidad y corrí a su lado. Hice lo mismo y posé mi copa junto a la suya. La atrapé fuertemente por la cintura. No se giró y comencé a lamer su cuello, ella me facilitó la labor descansando su nuca sobre mi hombro derecho. Saboreaba su espalda y sus pómulos como si no la hubiera probado jamás. Nos besamos mientras ella trasladaba mis manos a sus pechos, no importaba la postura sabíamos encontrarnos en todas partes, nuestras cabezas se mudaban de un lado al otro cadenciosamente gobernadas por nuestras bocas que alimentaban nuestro furor masticando el aliento codiciado de la otra, devorando la piel ajena como si no hubiéramos comido en años. Yo sólo pensaba: “Sara, me estás volviendo loca”. Comencé a frotarme contra ella, su lujurioso culo restregaba el punto exacto de mi vértice excitado para temperarme, presionándome, haciéndome sentir. Sé que eso la provocó. Una de mis manos bajó hacia su ara, pero antes me paseé concienzudamente por su vientre, por sus ingles y sus piernas, mientras era ella ahora quien se movía buscando mi caricia. La toqué y se estremeció como aquella vez en mis fantasías. Comencé a rozarla suavemente mientras yo seguía frotándome con ella. El agua se colaba entre nosotras, se mezclaba en movimiento sin conseguir licuar nuestro fuego. La abrazaba aferrándome a su teta, contrayéndola contra mí, Sara se desplazaba adelante y atrás con sus caderas para capturar acertadamente el trajín de mis dedos en su clítoris, podría haber rugido en el momento en que comenzamos más impetuosamente y sus cachas chocaban con mi sexo a la vez que yo trataba de retenerlo el máximo tiempo posible sin poder controlarme, desenfrenada por seguir sintiendo placer. Cabalgábamos en el desierto acuoso con la indudable intención de desbocarnos.
—Me encanta escuchar tus gemidos cerca de mi oído —me dijo.
—Sara, te deseo.
Inmediatamente se alejó de mi cuerpo y salió de la piscina. Se sentó en el borde mirando hacia mí, bebió de mi copa y, apoyando los talones en el extremo, abrió las piernas. Yo, aún en el agua, me acerqué desesperada, aturdida y en llamas para destrozarme la boca entre sus carnes. Después de unos minutos rodeó mi cabeza con sus piernas y echó el cuerpo hacia atrás.
—Sal de la piscina ahora —ordenó.
Yo, que nunca he podido presumir de atlética, contuve mi peso en las palmas de las manos y, como si lo hubiera hecho toda la vida, me impulsé y salí del agua a su lado.
Lo tenía todo preparado. Me dejó caer en un colchón de esos de tumbona de playa sobre el suelo de baldosas y me atiborró de besos. Me estimulaba con sus dedos a la vez que se dirigía sigilosa como un felino hacia el origen de mi humedad, y me sedó con su lengua. No aguantaba más. Se lo dije, pero se puso encima de mí y pegó su cénit con mi base. Me descompuse, porque esta postura nunca me había servido para nada con ninguna de mis otras amantes. Ella se movía, se movía sin más y cada vez más rápido. Una sensación de satisfacción agradable y bendita se apoderó de mí. Nuestros enjugados labios se rozaban galopantes, tenaces, voraces y malditos dirigidos por nuestras piernas enlazadas hacia el más perdido de los infinitos. Notar así su calor tan cerca, su excitación, ver su cuerpo acomodado encima de mí, fusionar nuestros fluidos. Su flequillo se había liberado y le caía en mechones sobre la cara, a la vez que su recogido dejaba de servir como peinado pues se había desordenado por completo. No podía estar más preciosa.
—Hazlo ahora —me decía—. Hazlo ahora.
Y yo, sin contradecirla en lo más mínimo, mareada ante el sonido de sus delirantes palabras, dejé de tocar el cielo con la punta de los dedos y lo cogí con ambas manos. Su pulsera de monedas, que seguía fijada en su muñeca, actuaba como banda sonora de nuestro trance moviéndose impertinentemente. Pensaba que nada podía ser más perfecto hasta que sentí que Sara, Kali, se me había unido también. Su sudor me provocaba de nuevo, pero la acerqué junto a mi cuerpo y la abracé.
—Sara, estoy enamorada de ti, sólo de ti. El pecho me…
Mis palabras se quedaron enredadas en algún lugar por entre las nubes, jamás llegaron a sus oídos, pero no me importó. Yo era feliz, feliz como nunca antes había podido serlo. El día era soleado, cálido, amarillo y añil. Estaba tumbada con ella mirando las nubes que decoraban el cielo, dándole entidad, llenando su inmenso vacío, recordándome que a mi lado yacía el ser que había movido mis entrañas hasta el punto de sacarlas de mi cuerpo para girarlas ciento ochenta grados y hacerlas volver al mismo lugar del que salieron; quien había exorcizado al animal que llevo dentro; quien me había dado un sentimiento plácido, firme, verdadero: mi amor por Sara. Y estas palabras las custodiarían esas nubes y, quizá en algún momento, en otro lugar, cayeran de nuevo sobre nosotras y entonces, y sólo entonces, llegarían a sus oídos. Yo esperaría ese instante pacientemente, cuando esas nubes quisieran volverse de nuevo agua, y pequeñas gotas de lluvia susurraran mi sentimiento al oído de Sara. Probablemente alguna tarde de otoño en que ella paseara lentamente hasta mí y hubiese olvidado su paraguas.
—¿Sabes que por tu culpa, en alguna parte del universo cibernético, existe un vídeo en el que salgo haciendo el amor con mi vecina?
—¡¿Cómo?!
—Nada, déjalo.
—Sí, claro, que te lo has creído. Ya me lo puedes estar contando.
Comencé a reírme al recordar aquel suceso inaudito, el cual nunca pensé que me haría gracia, pero ahora en brazos de Sara ya no me importaba. Ella, de verme, empezó también a reír a carcajadas.
—Vale. Te lo cuento pero es un secreto.
—¿Secretos? Entonces me parece justo compartir secretos.
—¿Justo? —le preguntaba interesada.
—Sí. ¿Recuerdas el tipo que estaba sentado conmigo cuando me encontraste en el restaurante?
¡Volvemos en 2016!
Ilustraciones por Chus Rodríguez
Muchas gracias a todas las personas que han seguido y esperado cada semana pacientemente los capítulos. Me han llenado de ilusión y nuevas ideas vuestros comentarios y felicitaciones. Espero veros por aquí el próximo año.
Besos y abrazos
Neko